9 de octubre de 2016

Gina

Marzo de 1987

Era de madrugada, y en la novena y última planta del psiquiátrico Clarkson, destinada a los pacientes más peligrosos, acababa de ser ingresada una mujer llamada Meredith. Se encontraba allí a consecuencia de un doble asesinato que había cometido horas antes.

Por lo general, y siguiendo la rutina habitual, tendría que encontrarse en un calabozo a la espera de un juicio rápido. Pero ciertos rasgos en la conducta de Meredith habían hecho más que prudente su ingreso preventivo en el Clarkson. De ahí que la policía la llevara directamente al psiquiátrico, donde estaría internada hasta que un juez decidiera su destino.
A pesar de haber acabado con la vida de dos personas, desde el momento de su arresto se mostró extrañamente mansa, como si hubiera logrado todo lo que deseaba en la vida, y no le importara lo más mínimo el castigo a recibir. De todas formas, y como precaución, había sido llevada a la última planta del psiquiátrico en lugar de cualquier otra. Que tuviera una conducta pasiva no quitaba la posibilidad de que en algún momento eso cambiara, como tristemente habían comprobado sus dos víctimas.

Una vez que fue encerrada en una de las celdas, los policías que la habían llevado hasta allí se despidieron del guardia de seguridad y del doctor August Remprelt, que fue quien supervisó el ingreso de Meredith. Remprelt, que dirigía el Clarkson, estaba deseoso de interrogar a la paciente, pero primero tomó la decisión de buscar a una de las enfermeras de guardia. Era necesario que se le practicara a Meredith un reconocimiento físico, y para ello lo ideal era que lo realizara alguien del mismo sexo.
Tras darle unas indicaciones y despedirse momentáneamente del guarda de seguridad, Remprelt se subió al elevador, y pulsó el botón de la planta principal, donde encontraría a gran parte del personal sanitario de guardia. Después de hablar con una de las enfermeras y explicarle lo que debía hacer, ambos cogieron el elevador para volver a la novena planta. La enfermera entró en la celda, y Remprelt y el guardia se quedaron fuera, preparados para actuar con rapidez por si la paciente se descontrolaba.

Algunos minutos después, la enfermera salió de la celda totalmente pálida y temblorosa, y le dijo a Remprelt que la paciente parecía estar físicamente bien. Sin embargo, añadió también que tenía un enorme tatuaje que iba desde el cuello hasta la cintura. El dibujo era el de una muñeca de felpa. Lo extraño era…que en un primer vistazo, el rostro de la muñeca parecía sombrío, pero algunos segundos después…mostraba una sonrisa. Una diabólica sonrisa. La enfermera le dijo a Remprelt que debían ser imaginaciones suyas, producto del cansancio que llevaba acumulado. Remprelt intentó calmar a la enfermera, y le dijo que se marchara a casa a descansar.

Una vez que se quedó a solas con el guardia, le ordenó que nadie entrara en la celda, ya que iba a hablar con ella, y quizás tuviera que hipnotizarla si no cooperaba. El doctor tenía una creciente reputación en el campo de la hipnosis, y todos los empleados del Clarkson sabían que su director podía obtener respuestas donde cualquier otro no las lograría. Así que en las sesiones de hipnosis nadie se atrevía a distraer a Remprelt. Una vez que el doctor accedió a la celda, el guardia se puso frente a la puerta para evitar cualquier acceso desde el exterior.

Cuando Remprelt vio de nuevo a Meredith, sintió un enorme deseo de ver el tatuaje de la muñeca de felpa que le había mencionado la enfermera, pero verlo implicaba desnudar a la paciente. Y Remprelt sería muchas cosas, pero era respetuoso con esa pequeña parcela de dignidad e intimidad de las personas, así que se olvidó de ver el tatuaje por mucho que quisiera. Pronto reparó en que la paciente seguía sumida en ese estado de indiferencia con el entorno. Estaba tumbada en posición fetal en el suelo, y aunque tenía los ojos abiertos, miraba al vacío. El doctor decidió entrar en acción:

- Hola Meredith, soy el doctor August Remprelt. ¿Cómo te encuentras?

Pasaron varios minutos sin que hubiera otra cosa que silencio. Aun así, no había que tirar la toalla. No al menos en los compases iniciales.

- ¿Me oyes Meredith? ¿Sabes dónde estás y por qué estás aquí? ¿Qué pasó en la casa de Edward Bartson? ¿Por qué le mataste a él y a su novia?

Nuevo silencio en la celda. Ella no iba a poner las cosas fáciles. Quizás ni la hipnosis la hiciera hablar, porque su mente podía estar en cualquier lugar menos allí, pero para Remprelt era el único camino que le quedaba. Al menos era el único si quería obtener progresos en aquel momento. También podía llevarla a una de las salas del sótano, pero Remprelt no la consideraba como posible paciente para su proyecto.
No había nada que perder, así que Remprelt cogió su péndulo, el cual llevaba siempre encima, y empezó a hacerlo oscilar en el campo de visión de ella. Había una regla que Remprelt llevaba siempre a cabo, y es que hipnotizar a una persona no era igual que hacerlo con otra distinta. Es por eso que no se podía seguir una idéntica estructura ni repetir las mismas frases. A veces servían para más de una persona, pero no era recomendable. Así que Remprelt se aclaró la garganta, y tras pensarlo unos segundos, sumó su voz al movimiento del péndulo:

- Escúchame Meredith, soy el doctor August Remprelt. Mi voz será lo único importante para ti. Harás lo que yo te pida, y responderás todas mis preguntas. Cierra los ojos y obedece mis instrucciones.
- A medida que el péndulo seguía su balanceo, Meredith cerró los ojos, haciendo caso al doctor. Éste, tras sonreír con satisfacción, continuó la sesión:
- Quiero que te incorpores Meredith, levántate.

Ella hizo lo que se le había ordenado, y la hipnosis siguió:

- Estás en una celda porque has hecho algo malo. ¿Lo recuerdas? Responde.
- Sí- por primera vez desde que fue internada, Meredith habló-, lo recuerdo.
- Quiero que me cuentes todo lo que ocurrió en casa de Edward Bartson. ¿Por qué le mataste? ¿Por qué mataste a su novia?
- Ella me lo ordenó.
- ¿Quién es ella?- Remprelt empezaba a sentir un creciente interés-.
- Gina. Ella ordena y yo ejecuto. Si pide sangre, sangre tiene. Si pide muerte, mato a gente.
- ¿Por qué te ordenó matar a Edward?
- Porque él sembró las semillas de su destino hace 23 años, cuando destrozó a mi muñeca Gina en el colegio.
- ¿Gina era tu muñeca? ¿Es la que llevas tatuada?- aquello empezaba a resultar raro y confuso para Remprelt.
- Sí, Gina era mi muñeca, la llevo tatuada en mi cuerpo, y desde que fue destrozada por Edward, se convirtió en mi mentora, estando presente en todos mis pensamientos y acciones. Durante 23 años, ella me ha ayudado a preparar mi venganza para acabar con Edward por lo que hizo. Me daba consejos y me educaba. Y yo sentí la necesidad de recuperar una parte de ella, por eso me la tatué. Y ella me sonríe a veces.

Ella le sonreía…en la cabeza de Remprelt reapareció la imagen de la enfermera saliendo asustada de la celda, hablando del tatuaje y su sonrisa…su perversa y diabólica sonrisa…En cada pausa de la conversación sólo se escuchaba el suave vaivén del péndulo al rasgar el aire.

- ¿Cómo llegó Gina a formar parte de ti Meredith?
- No lo sé. Hasta que Edward la rompió, nunca la había sentido como parte de mí. Pero aquel día…fue como si al tiempo que él la despedazaba, ella entrara a formar parte de mi ser. Podía oírla, podía sentirla. Me decía que no atacara a Edward, que el tiempo me daría una oportunidad de venganza. Y esta misma noche pude saciar mi sed de sangre. Su sed se de sangre. Maté a Edward mientras estaba en la cocina, cortándole el cuello con un cuchillo. Y luego maté a su novia, que se estaba dando un baño. La bañera se tiñó de rojo, y entonces me sentí victoriosa.
- ¿Gina sigue aquí contigo? ¿Está con nosotros? Responde- Remprelt observó con suma curiosidad a su alrededor, para fijarse finalmente en la sonrisa que afloraba en los labios de Meredith-.
- Sí, está aquí conmigo. Con nosotros. Y le observa doctor. Le observa fascinada. Percibe que su mente está tan perturbada como la mía, y eso es fabuloso. ¿Quiere verla sonreír doctor?

En ese punto, Meredith empezaba a subirse el camisón que llevaba puesto. Remprelt no sabía qué hacer o decir. Se encontraba asimilando la información obtenida en la última parte de la conversación. Su péndulo seguía moviéndose, más por inercia que porque él continuara con el movimiento, pues sus manos se habían quedado inmóviles. Meredith se había subido el camisón a la altura del ombligo, y Remprelt podía ver las bragas que llevaba ella, pero también algo más. Estaba viendo las piernas de la muñeca. A medida que Meredith seguí con su movimiento, iba mostrando más y más partes del enorme tatuaje que tenía. Ya se veía la cintura de la muñeca, y empezaban a vislumbrarse dos coletas y la barbilla…
En el exterior de la celda, el guardia pudo escuchar la voz de Remprelt pidiendo que le dejaran salir. Parecía alterado. La puerta de la celda fue abierta y el doctor salió con rapidez. El guardia no le había visto tan nervioso hasta la fecha, y llevaba varios años trabajando con él.

Remprelt intentaba relajarse cogiendo aire y soltándolo una y otra vez. ¿De verdad había visto una sonrisa en el cuerpo de Meredith? ¿Era posible que el rostro de la muñeca, que estaba serio al principio, pasase a estar sonriente? ¿Qué demonios sucedía con aquella paciente? Quizás estaba tan empeñado en encontrar algo aterrador en aquella mujer, que sus ojos le jugaron una mala pasada. Sin embargo…todo parecía tan real…Incluso Meredith había vuelto a su estado pasivo una vez que el péndulo dejó de moverse. Todo aquello era demasiado raro, y escapaba a la comprensión de Remprelt, tan habituado a explorar el miedo en los pacientes que tenía, que escrutar el suyo propio le parecía algo demasiado lejano en el tiempo…y sobre lo que no quería volver a pensar. 

Así que, tras sentirse un poco mejor, se despidió del guardia y se subió en el elevador con la intención de ir a su despacho y descansar un poco. Si hubiera seguido en la celda con Meredith, habría observado un fenómeno curioso. Por unos instantes, y antes de que el guardia apagara la luz de la celda, la sombra de la mujer dejó de tener apariencia humana, para parecer la de una enorme muñeca de felpa. Sólo duró unos instantes, pero habrían bastado para enloquecer a cualquiera.

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